La recompensa que desmotiva.
Un hombre mayor vivía sólo en las afueras de un pueblo. Estaba considerado un excéntrico. A los chavales del pueblo les gustaba reunirse ante la puerta de su casa cada día, para lanzarle insultos y pisotear las flores de su jardín.
“No gritáis suficientemente fuerte ni sois sois suficientemente groseros”, les dijo un día. “Mañana os daré un euro a cada uno si gritáis tan fuerte como podáis los peores insultos que se os ocurran”.
Los niños se mostraron encantados. Al día siguiente llegaron pronto y profirieron a grito pelado sus peores insultos. El hombre salió por la puerta y les dijo, satisfecho: “No está mal. Volved a repetirlo mañana y os daré 50 céntimos a cada uno”.
Los muchachos pensaron que seguía siendo un trato interesante, por lo que, al día siguiente, volvieron puntualmente con sus insultos. Otra vez salió el hombre, quien esta vez les dijo: “Excelente. Volved mañana si queréis, pero sólo podré daros 5 centimos a cada uno”.
«¿Sólo 5 céntimos?”, exclamaron. “¡Ni hablar!”.
Jamás volvieron a molestarle. Tal vez fuera un excéntrico, pero, sin duda, aquel hombre no era ningún tonto.
Hasta aquí este cuento que sólo pretende hacer ver que ofrecerle a alguien como recompensa algo que no valora, difícilmente podrá motivarle. Una recompensa no tiene más valor que el que el posible receptor piense que tiene. Es curioso, pero no suele suceder que los jefes se tomen la molestia de averiguar qué es lo que valora cada cual.
Así les/nos luce el pelo: Si no sabemos que valoran los demas, no sabemos que les motiva.
Vía alcgestionempresarial.com